Había una vez un pueblo rodeado de montañas y bosques, donde fluía un hermoso río. Los niños del pueblo solían ir al río a jugar todos los días. Nadaban en sus aguas frescas y cristalinas, pescaban pequeños peces y corrían por sus orillas.
Un día, un niño llamado Juan se acercó al río con su cubo para llenarlo y regar las plantas en su casa. Pero cuando abrió el grifo, el agua salió turbia y marrón. Juan se preocupó y corrió a contarle a su hermana María lo que había sucedido.
María y Juan decidieron investigar y siguieron el río montaña arriba. Lo que encontraron los dejó sorprendidos y tristes. Había montones de basura tirada en el río y la orilla estaba llena de desechos.
«¡Esto no está bien!», exclamó Juan.
«¡Tienes razón, Juan! Nuestro hermoso río está en peligro», dijo María con voz preocupada.
Decidieron que tenían que hacer algo al respecto. Volvieron al pueblo y hablaron con sus amigos y vecinos. Todos estuvieron de acuerdo en que debían limpiar el río y asegurarse de que se mantuviera limpio en el futuro.
Armaron un equipo con sus amigos y organizaron una gran limpieza del río. Con guantes y bolsas, recogieron cuidadosamente la basura que encontraron y la llevaron a un lugar adecuado para desecharla. Fue un trabajo duro, pero todos trabajaron juntos y se divirtieron haciéndolo.
Después de un día entero de trabajo duro, el río lucía mucho mejor. El agua estaba más clara y los peces nadaban felices nuevamente. El pueblo estaba agradecido con los niños por su esfuerzo.
Pero Juan y María sabían que el trabajo aún no había terminado. Querían asegurarse de que el río se mantuviera limpio para siempre. Así que comenzaron a hablar con sus amigos sobre cómo podían prevenir que la basura llegara al río en primer lugar.
Decidieron educar a todos en el pueblo sobre la importancia de no tirar basura en el suelo y cómo reciclar adecuadamente. Organizaron talleres y charlas en la escuela y pusieron carteles en todo el pueblo recordando a todos que cuidaran el agua.
Con el tiempo, el pueblo se convirtió en un lugar más limpio y todos aprendieron a valorar y cuidar el río. Juan y María se sintieron felices de haber hecho una diferencia y de haber protegido el tesoro del río limpio.
Y así, el río siguió fluyendo cristalino y lleno de vida, como un tesoro que todos en el pueblo aprendieron a cuidar y proteger. Juan y María supieron que, con el esfuerzo de todos, podían mantenerlo así para siempre. Y así lo hicieron, porque sabían que el agua es un tesoro que todos debemos cuidar.